Descubiendo el agua tibia: pedantería filosófica

[Ponencia expuesta en el 2do coloquio de estudiantes de filosofía de la Universidad Autónoma de la CIudad de México (UACM) el miércoles 26 de agosto del 2009]


Para que pueda abordar esta ponencia de manera perspicua es importante analizar detenidamente su titulo. ¿Por qué descubriendo el agua tibia?, ¿por qué pedantería filosófica?

Primero: ¿qué significa descubrir el agua tibia? Descubrir el agua tibia parece hacer referencia a aspectos históricos, en los cuales me basaré para investigar el contexto de aquel primitivo ser humano que se dio cuenta que al calentar el agua, esta podría alcanzar una temperatura media, sin caer en el exceso –hervir- o en el defecto –estar helada- (y no, no me refiero a que Aristóteles se haya hecho filósofo gracias al justo medio del agüita). Esta ponencia no hará referencia a la estructura química del H2O o a la forma en que es posible modificar su temperatura si transfiere su energía térmica. Mucho menos me referiré a que existe (o existió) al menos un filósofo que se dedicó a calentar agua para adquirir una actitud pedante. Aclaro: parte del título está inmerso en lo coloquial; es decir, estoy utilizando un léxico vulgar para referirme a un aspecto por muchos conocido. Descubrir el agua tibia es una manera jocosa e informal para hacer referencia a algo evidente; es decir, algo que es mencionado pero ya era por todos sabido. Nótese el carácter sarcástico y socarrón de dicho título. Haciendo una paráfrasis del mismo: Se está plasmando en este texto la pedantería filosófica, a pesar de que muchos –o incluso todos- saben de lo que estoy hablando.

Ahora bien, ¿por qué pedantería filosófica? Me dispongo a analizar este concepto (el de pedantería filosófica) a continuación: Dentro de las escuelas, facultades e institutos que dedican su haber a la filosofía[1], es común escuchar frases que estremecen hasta al más templado de los filósofos; por ejemplo:

“Jamás te pasaré mis textos, y no es un pretexto, pero yo soy un genio y mi tremendo ingenio puede ser fusilado […]”[2]

A estas alturas el tema parece ser oscuro y lejano. Revisar los conceptos aclarará muchas cosas. ¿Por qué pedantería?. El diccionario define esa palabra como: “Actitud del que presume de su sabiduría”[3]. Entonces queda claro que la pedantería es aquella pretensión de conocimiento, aquella manera en que los seres humanos hacen una gala exagerada de su saber. Samuel Ramos en su libro El perfil del hombre y la cultura en México habla de lo que el pedante es y ofrece otra definición de diccionario: “Aplicase al que por ridículo engreimiento se complace en hacer inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no”[4]. Cuando Ramos hace un análisis del concepto, se percata de que la pedantería es una máscara que pretende ocultar la deficiencia intelectual de los individuos; es decir: el individuo hace gala de su erudición, pero esta erudición no corresponde con la realidad. Este conflicto interno (entre lo que es y lo que le gustaría ser –o lo que no es-) genera un sentimiento de inferioridad (esto es: sentirse menos capaz, inteligente o sagaz que los seres circundantes). Para Ramos la pedantería implica manifestar una superioridad teórica, con relación al interlocutor para encubrir el déficit intelectual; es decir: se verbaliza en demasía lo sabido, sin importar que exista –o no- un sustento teórico para vanagloriarse acerca del conocimiento que ha sido objeto de ostentación. De esto se sigue que el pedante es una entidad que se ufana excesivamente de lo que sabe con la intención de menospreciar a los otros (dicho de una forma coloquial: aquel que tenga la característica de ser pedante, es un ser humano que tiene más grande la boca que el conocimiento). Samuel Ramos dice que esta actividad está empleada casi exclusivamente por el género humano intelectual (los que lo son, y los que pretenden serlo), y que “se encuentra sobre todo entre profesores, literatos, artistas, escritores de toda índole, y se manifiesta en el lenguaje hablado o escrito”[5]. Dado lo anterior, me centraré en los filósofos (que caben fácilmente en alguna de las categorías antes mencionadas); a pesar de que Ramos lo utiliza para cualquier sujeto que encaje en la descripción de intelectual (no haré referencia a aquellos intelectuales que –por ejemplo- se ostentan de haber vivido una noche de pasión con Paris Hilton solo para demostrar ser mejores, sino que hablaré de cómo el filósofo cae en una actitud pedante solo por conocer otras cosas).

Ahora bien, el filósofo tiene varias características (según el perfil del egresado de la Licenciatura en Filosofía de la UNAM): “razonar críticamente, reflexionar, tener una escala de valores, tomar decisiones, saber discutir y argumentar”[6], dudar, cuestionar, observar[7]; “Ha de tener disposición reflexiva, argumentativa, analítica y crítica ante los fundamentos y estructuras generales, tanto de los diferentes discursos teóricos como de diversos aspectos de la realidad”[8]. Estas características lo hacen un ser diferente, ya que gracias a ellas puede encajar fácilmente en diversas áreas (tanto laborales, como académicas y sociales). Esta diferencia es plasmada –de manera irónica- por Rafael Sebastián Guillén Vicente:

“De algo se está seguro, el filósofo es diferente, pertenece a un extraño linaje de <>, es capaz de reflexionar con alguna frase brillante que, eventualmente pasará a la posteridad, lo mismo sobre la muerte de una hormiga que es aplastada al intentar cruzar el circuito interior a las 8 pm., que sobre la madre que recibió de su desnaturalizado hijo 23 puñaladas en los ojos y se teme que pierda la vista. […] Con amplio conocimiento de todos los temas, el filósofo lo mismo opina sobre la baja tendencial de la ganancia, que sobre el fracaso de la selección nacional de futbol en Argentina; lo mismo de la “travoltización” del ser, que de la enajenación de “Lorenzo y Pepita”; lo mismo del amor, invariablemente platónico, que sobre la trascendencia de un atardecer o, para utilizar las palabras maternas, “sobre la inmortalidad del cangrejo”[9].

Muchas veces las características ya mencionadas funcionan como herramienta de la pedantería. Esto se aprecia claramente cuando contrastamos las palabras de Samuel Ramos, con las características del filósofo: el desarrollo de habilidades que permiten tener una postura crítica y argumentativa ante la realidad puede confundirse con la superioridad de conocimiento (desarrollar ciertas habilidades específicas no significa estar por encima de los demás). Esta confusión se refleja en las actitudes del pedante: el sobreestimar el conocimiento personal se consigue por medio de modos de ser (según Ramos: escritos o hablados) que generan desprecio hacia los demás. En palabras de Ramos: “el pedante parece decir: <>”[10]. Este ver a los otros como “imbéciles” (o menospreciarlos de manera general) no es ajeno a nosotros: ¿Cuántos de los aquí presentes se han enfrentado –o incluso realizado- a una actividad pedante? ¿Quién no se ha aferrado a generar una discusión filosófica en contextos poco filosóficos? por ejemplo: cuestionar impertinentemente al zapatero acerca de la praxis marxista y la relación de esta con los medios de producción de las suelas de goma; ¿Quién no ha robado la atención –por medio de un alarde filosófico- en una sobremesa familiar? ¿Cuántos han corregido a aquel que deforma el castellano al decir dobles negaciones (la frase “no daría nada” es una deformación del castellano; ERGO: no debes utilizar dicha frase)?. Ejemplos hay muchos, que van desde lo más laxo (como lo anteriormente dicho), hasta lo caricaturesco (preguntar al dependiente acerca de la relación que existe entre los tenis Nike y la conciencia en que estos se hacen presentes o ser impertinente por recitar a como dé lugar la Fenomenología del Espíritu de Hegel en medio de un festejo de fin de cursos). Estos ejemplos coinciden en algo: son una forma de violentar al otro por medio del conocimiento (demostrar superioridad). Este violento afán de ser superior genera un extraño fenómeno: o el pedante consigue un quórum de personas impactadas por la actitud pretenciosa, o el pedante se excluye socialmente (o ambas en el caso de que tenga un séquito y sea rechazado por otros círculos sociales). En el primer caso el pedante atrae al público por medio de supuestas habilidades (hacer gala exagerada del conocimiento); para ello es necesario que exista una correlación entre las supuestas habilidades y la ingenuidad del espectador; entonces, el éxito del pedante no constituye algo meritorio dado que el público al que se dirige es poco exigente. La correlación gira en torno a la necesidad que uno tiene del otro para poder existir y viceversa; es decir: el pedante necesita del espectador para devenir, el espectador necesita del pedante para tener a quien idolatrar. Según Ramos, la pedantería “necesita siempre del público, como no puede haber teatro sin espectadores”[11]: La analogía del teatro muestra muy bien la importancia de los fanáticos del pedante: El pedante no satisface su vanidad si no consigue el aplauso y aceptación de los espectadores. En el segundo caso, la pedantería genera una reacción adversa en el espectador, o sea, la manera despreciativa de conducirse hacia el otro posibilita un alejamiento por parte del que recibe el desprecio, ya que no es grato sentirse atacado.

Ramos no hace mayor especificación en esta forma disyuntiva de enfrentarse al pedante; sin embargo, vale la pena preguntarse: ¿Qué es lo que permite seleccionar a alguno de los elementos de esta disyunción? Una respuesta tentativa consiste en la experiencia: Después de observar a n número de pedantes es posible reconocer la pedantería a primera vista; y si no has observado esa cantidad, corres el riesgo de convertirte en un fanático. Otra respuesta tentativa radica en la inteligencia: A mayor inteligencia menor probabilidad de ser fanático de un pedante y a menor inteligencia mayor probabilidad de serlo. Una tercera respuesta tentativa se basa en el contexto: dado el conjunto de ciertas características (a saber: sociedad, historia familiar, educación, área geográfica, procesos vivenciales, etcétera), el ser humano genera una respuesta ante la actitud pedante; esto es: el contexto de cada quién definirá si el pedante es un ser digno de admiración o merece ser odiado.

Este problema no se resolverá aquí; sin embargo surge otro problema: Ramos enuncia que la pedantería es un vicio que puede ser encasillado dentro de la vanidad (la arrogante exaltación del ego). Si al concepto de vanidad se le añade el concepto “filosófica” obtenemos que al usar la filosofía para cuestiones vanas caemos en un vicio. ¿Esto es así? ¿Realmente es un vicio? ¿Este vicio imposibilita el quehacer filosófico?. Da la impresión que la pedantería es inherente a la filosofía (o al menos es inherente a la manera en que nos enseñaron a filosofar –si es que eso se enseña-). ¿Esta es una manera de entorpecer lo filosófico?

Como preguntas finales: ¿las maneras diferentes de trabajo son una respuesta a la pedantería? ¿El trabajo en equipo es una forma diferente de trabajar? ¿Él trabajo coordinado y cooperativo es una manera de resolver el problema? ¿Acaso el contacto con otras entidades (filosóficas o no) posibilita una actitud humilde? ¿La actitud humilde cura la pedantería? ¿Otras formas de trabajo son la respuesta que necesitamos? Queda a consideración del escucha.

“Descubriendo el agua tibia: pedantería filosófica”. Esto significa que la actitud presuntuosa que se vale del conocimiento filosófico es una actividad que conocemos y hemos vivido.

Gracias.



[1] Por supuesto, me refiero a México; aunque no descarto que pase en algún otro lugar del mundo.

[2] Extraído de la canción Pedantería, que se encuentra en el álbum HIC ET NVNC del rapero mexicano Xtralargo Tzicvil Balam; que -por cierto- es estudiante de filosofía.

[3] "Pedantería". En el diccionario WordReference [en línea]. http://www.wordreference.com/

definicion/pedanter%C3%ADa (Consultado el 08 de agosto de 2009, 18:34 hrs)

[4] Ramos, Samuel. El perfil del hombre y la cultura en México. p. 201

[5] Idem. p. 199

[6] Morado, Raymundo. Documento expuesto en la XX reunión de la CONAEDU. [En línea] http://observatoriofilosoficomx.blogspot.com/ (Consultado el 12 de agosto de 2009. 13:28 hrs.)

[7] Estas características no son exclusivas, es decir, no afirmo que SOLO el filosofo deba cumplirlas.

[8] Proyecto de modificación al plan de estudios de la licenciatura en filosofía [En línea]. http://colegiodefilosofia.unam.mx/plan/plan.pdf (Consultado el 22 de agosto de 2009, 13:45 hrs.)

[9] Guillén, Rafael. Filosofía y educación (prácticas discursivas y prácticas ideológicas). (Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras UNAM, 1980). P 15

[10] Ramos, Samuel. Op Cit. p 200.

[11] Ramos, Samuel. Op cit. p 201.

Comentarios

Entradas populares